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ES MÁS FUERTE QUE ÉL: MILEI Y SU PULSIÓN DE DESTRUIRLO TODO

por Tomás Ordoñez

Javier Milei avanza con una política de desmantelación total del Estado, sin planes claros de reconstrucción. ¿Qué sucederá cuando no quede nada por destruir? ¿Es esta su verdadera meta o existe algo más detrás de su impulso de arrasar con todo lo que toca?


Opinión - Por Tomás Ordoñez
20 de octubre, 2024

De chico pasaba tardes enteras jugando con Rastys. Entre encastre y encastre, construía grandes edificios de más de diez pisos, con aberturas pintorescas y pequeños arbolitos que decoraban su entrada principal. A veces el edificio podía ser un hospital, quizá un centro comercial o hasta un complejo de oficinas. El punto es que podía estar retocando sus detalles por horas y luego me quedaba largos minutos admirando aquella construcción que tanto tiempo y paciencia había consumido.

Pero el momento que más disfrutaba venía después de ese rato de contemplación. Comenzaba por poner los dedos como si fuera a golpear una pequeña canica de vidrio, y dejaba soltar el índice para que con fuerza despegue el techo de la estructura de plástico. A ese movimiento, le seguía uno igual que arrancaba una ventana o derribaba uno de los arbolitos. Y ahí comenzaba el disfrute. El edificio se derrumbaba mientras los rastys volaban y chocaban contra las paredes de mi pieza. En segundos no había más rastros de aquello que me había llevado horas construir. Y quizá ese era el verdadero porqué de mi arduo trabajo: la destrucción de mi obra.

Meses atrás, el pueblo argentino eligió como primer mandatario a una personalidad que basó su campaña en el deseo de destruirlo todo. Con una motosierra de cartón, recorría las calles del conurbano y prometía a los ciudadanos que con su ayuda, pronto podrían alcanzar la satisfacción que tanto les había sido negada en el pasado. ¿Pues, Como? Desmantelando “de cuajo” el sistema corrupto e ineficiente causante del malestar de los argentinos. El relato era simple, y el pueblo, necesitado, lo compró sin vacilar. 

Así, un nihilismo que erosiona el poder simbólico del estado se ha asentado en la población y el líder de La Libertad Avanza y su osado gabinete aspiran a alimentarlo día a día. Esta jugada no es para nada casual ya que el placer que suscita el colapso de la estructura estatal es, al fin y al cabo, el motor de la política Mileista. Podría decirse, que el goce del presidente, y de una parte importante de la población, se ubica, precisamente ahí, en la destrucción de la estructura estatal.

"Así, un nihilismo que erosiona el poder simbólico del estado se ha asentado en la población y el líder de La Libertad Avanza y su osado gabinete aspiran a alimentarlo día a día"

De todas maneras, lo paradójico del asunto reside en el hecho de que la demolición no tiene como fin la creación de algo novedoso, sino más bien la mera contemplación de las ruinas.  

Así entonces, La Libertad avanza exclama que todo es inútil, que todo carece de idoneidad y es perfectamente prescindible. Lo son, para ellos, las empresas del Estado, el entramado científico-tecnológico nacional y las universidades públicas. También carentes de valor son las políticas de promoción de la cultura, la moratoria previsional y la obra pública. Todo lo que emana del Estado - salvo las políticas emitidas por el flamante ministerio de desregulación - no tiene valor y por eso es menester desfinanciarlo y acto seguido destruirlo.

Subsidios al transporte, ¡Afuera! Políticas de Género, ¡Afuera!, Cobertura de medicamentos a los jubilados, ¡Afuera! Indemnizaciones por despido, ¡Afuera! Presupuesto para comprar aviones para la armada ¿!Afuera!? ¡No, esos no! ¡Esos adentro!

Si bien el relato político que edificó la Libertad avanza parece reinventarse encontrando nuevos enemigos y “kioscos” por desmantelar, ¿Qué pasará cuando no quede nada ya para destruir?  

Quizá el psicoanálisis y la transpolación de sus postulados al análisis sociológico pueden ser de gran ayuda para pensar este escenario. Para ilustrar la situación, el concepto de goce en la teoría lacaniana resulta oportuno. La noción del goce en Lacan refiere a una forma intensa de satisfacción que no se emparenta con el placer, sino que va más allá de él y se vincula a lo prohibido o a lo que transgrede al orden simbólico. Es un impulso que halla su satisfacción en la repetición de una pérdida o en la autodestrucción y conlleva consigo un elemento de dolor.

"Si bien el relato político que edificó la Libertad avanza parece reinventarse encontrando nuevos enemigos y “kioscos” por desmantelar, ¿Qué pasará cuando no quede nada ya para destruir?"

El teórico francés expone que para vivir en sociedad, el sujeto debe renunciar a su goce total, ya que de no limitarse, el goce devendría en destrucción de la estructura social en la cual él mismo está inmerso.

Por lo pronto, el presidente. carente de represión simbólica del goce, parece no entender la necesidad de controlar sus pulsiones, y le es imposible no sucumbir ante su deseo de destruirlo todo. Cual niño encaprichado, necesita drenar esa pulsión, y lo hace sujetando una motosierra. Rompiendo el sistema en pequeños pedacitos es que encuentra el goce. Parece un infante en un arenero, que tambaleándose, aplasta con una pisada los castillos de arena construidos por sus compañeros. Es así que el presidente se encuentra en una especie de juego destructivo, donde el acto de desmantelar instituciones le proporciona una doble satisfacción, personal y política. No obstante desconoce el hecho de que dejando su goce liberado, sin atadura alguna, y entregándose plenamente a la pulsión de muerte, empuja a la sociedad entera a una inevitable desintegración. 

"Por lo pronto, el presidente, carente de represión simbólica del goce, parece no entender la necesidad de controlar sus pulsiones, y le es imposible no sucumbir ante su deseo de destruirlo todo"

¿Podrá el presidente redirigir su energía hacia la construcción de un proyecto de país nuevo o quedará atrapado en la repetición de su goce autodestructivo? 

Por lo pronto, parece que las ansias de desmantelamiento que guían las políticas del ejecutivo están engendrando la articulación de algo novedoso en los últimos años: un movimiento estudiantil organizado que no vacila a la hora de enfrentar las brutales políticas de ajuste. Si la destrucción a escala ampliada no cesa, como el relato oficialista pronostica, probablemente ese germen de resistencia no pare de crecer. Todavía es apresurado, quizá irresponsable vaticinarlo, pero a mi parecer, de no controlarlo, el ingobernable goce de Milei se comerá su propia existencia.  

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