NARRAR NUESTRA HISTORIA
La industria del cine argentino ha sufrido un gran golpe. Su producción resulta castigada y su exhibición desprotegida. ¿Podremos seguir contando nuestras historias en la pantalla grande?
Opinión - Por Tomás Ordoñez
28 de julio, 2024
Hasta mediados de la década del veinte el cine era mudo. Aunque en algunas ocasiones eran acompañados de orquestas que en directo aportaban la banda sonora, los films solo consistían en la proyección de una secuencia de imágenes. Pero el avance tecnológico todo lo modifica, y los cambios que este impone avanzan de manera casi autoritaria. Ni siquiera Charles Chaplin pudo ir en contra de los avances de la industria y no tuvo otra alternativa que prestar su voz para ser incorporada a las películas y entregarse a la era sonora del cine. Rápidamente el doblaje y los subtítulos rompieron las barreras que la diferencia entre los idiomas imponían a la difusión de los mensajes y así entonces los productos audiovisuales comenzaron a pensarse como plausibles de ser exportados a cada rincón del planeta.
En nuestros tiempos, Warner, Universal y Paramount pictures proyectan sus films no solo en los cines más concurridos de las grandes capitales sino también en aquellos más pequeños, que todavía carecen de un sistema de boletería online y cuyos fieles visitantes repiten el ritual de acercarse hasta la boletería a comprar y retirar sus entradas minutos antes de cada función. Además, cada una de las grandes productoras posee hoy en día una plataforma de streaming propia, que por el precio de apenas dos entradas de cine, ofrecen una multiplicidad de producciones, tanto series como películas, para ser disfrutadas desde los televisores de cientos de familias.
Se ha creado así, con el paso de los años, una verdadera cultura del cine cosmopolita, en la que si bien dentro de su confección ha habido y sigue habiendo participación de cientos de países, sus lineamientos generales, estética y valores que reproduce tienden a ser elaborados por el país de origen de las diez productoras más taquilleras en la actualidad: los Estados Unidos.
Quizá lo hemos naturalizado o podemos estar ignorándolo, pero las ficciones que las plataformas proveen, en su mayoría, proyectan una vida que difiere significativamente de la que vivimos los argentinos. Lockers en los pasillos de las escuelas, agentes secretos de la CIA en plena acción y parques de diversiones montados en muelles a orillas de las playas de California. La ficción mainstream narra una realidad que poco tiene que ver con aquella en la cual los argentinos estamos inmersos. Es entendible que los guiones de Netflix, Amazon prime y HBO intenten atrapar a los espectadores con una trama que escape de los simples sucesos ordinarios de la cotidianidad, pero quizá el consumo exacerbado de aquellas nos aleja de nuestra propia realidad y nos enajena cada vez más de nuestra identidad nacional.
Ya a mediados del siglo anterior el filósofo alemán Walter Benjamin anticipaba el apropiamiento de las narrativas por parte de los poderosos y veía grandes peligros en él. Este fenómeno generaría que los protagonistas de los hechos no sean realmente quienes cuentan la historia: las narrativas serían alteradas y se confeccionaría así un mundo explicado solo por unos pocos.
La interrogante es entonces respecto a cómo narrarnos. La pregunta en concreto refiere a si existen estrategias que de llevarse adelante, logren, aunque sea en parte, intentar contrarrestar las narrativas que nos son impuestas desde el centro y poder así hacer del cine un verdadero espacio de promoción de la cultura autóctona y de formación de identidad nacional. Tener una mirada propia del mundo y contar con la posibilidad de realizar una autorreflexión en el arte sobre nosotros en cuanto comunidad nacional es de suma importancia para construir un país con verdadera identidad. Para hacerlo debemos escapar de ese repertorio de explicaciones que se nos consigna desde afuera e impulsar las producciones locales.
No obstante, la nueva administración del INCAA parece no coincidir con este planteo. Su director Carlos Pirovano, economista especializado en finanzas y sin experiencia alguna en el rubro cinematográfico, se encuentra llevando adelante lo que para él significa un verdadero saneamiento y reestructuración del instituto. El Decreto 662/2024, publicado esta semana en el Boletín Oficial, contempla importantes recortes en las sumas destinadas a financiar las producciones locales, la eliminación de la norma que obligaba a todas las salas a proyectar al menos una película nacional y mayores trabas para las producciones más pequeñas e independientes para conseguir financiamiento. Estas apuntan, en palabras de Pirovano a “modificar el sistema de entrega de subsidios, priorizando la calidad, exhibición y recuperación de fondos otorgados, en lugar de preferencias ideológicas.”
Este tipo de discursos, pronunciados por personalidades con nula experiencia y conocimiento sobre el rubro, apelan a los imperativos de racionalidad y eficiencia para justificar medidas que pretenden, en el corto plazo, hacer que los números “cierren” y terminar con los falazmente planteados ¨curros¨ del instituto. Su objetivo primordial, no obstante, derivado de las alocuciones de los directivos del INCAA y del propio presidente de la nación, parece ser correr definitivamente al Estado de su accionar en cuanto promotor e impulsor de la cultura nacional. Consecuentemente, y siguiendo las lógicas de pensamiento de la actual administración, es el mercado el que debería dirigir el futuro del arte en el país.
Pero, ¿Deben el afán de lucro y las grandes productoras ser los únicos motores que impulsen la creación de películas en nuestro país? ¿Serán las productoras independientes absorbidas por aquellas con mayor estructura? ¿Qué espacio queda para lo emergente, para lo distinto? ¿Qué hay del talento argentino?
Quizá, volver a enamorarnos de las salas de cine y las proyecciones nacionales sea, aunque insuficiente, una opción para contrarrestar el ataque a la pujante industria cinematográfica nacional. El propio acto de reunirse en comunión en una sala de cine a consumir un producto audiovisual argentino es una acción cuyo valor es trascendental. La asamblea de ciudadanos que de manera orgánica y casual se conforma cada vez que una película nacional e independiente se proyecta en los cines, es en sí misma un acto de contestación - un episodio espontáneo de rebeldía frente al ataque neoliberal al cine argentino.
Es en el encuentro entre espectadores donde la resistencia toma forma, sembrando la semilla de propuestas que defienden y celebran nuestra cultura. En este abrazo colectivo, el cine nacional se levanta como estandarte, materializando sueños y visiones que mantienen viva la esencia de seguir construyendo una industria cinematográfica formidable que preserve nuestra identidad nacional.
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