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NO ME MOLESTEN, QUE HOY JUEGA LA CELESTE Y BLANCA

Copa América 2024: una reflexión libre y bien subjetiva de lo que nos pasa con otro título de la Selección Argentina.


 Opinión - Por Jeremías Fabiano*
19 de Julio, 2024

“¿Usamos pechera dorada porque somos campeones del Mundo?”, pregunta una amiga cuando sale la Selección a hacer la entrada en calor. No es una pregunta retórica, ni un chiste, ni un autocumplido, me lo está preguntando a mí. Yo no sé, mirá si voy a saber eso. Permanezco callado, no tanto por el desconocimiento, sino porque me deja pensando.

Es verdad. Argentina era la campeona del Mundo. Y así como si nada, iba por otra Copa América, que, demoras organizativas mediante, conseguiría horas después… ¿Lo habremos naturalizado, nos parece normal todo eso? Quizás el dorado se debiese únicamente a una cuestión de contraste cromático de las indumentarias de los equipos. Pero sí somos los campeones, de ayer y hoy. 

Y Argentina ganó de nuevo. Y otra vez la misma historia. Y gritamos, nos abrazamos y reímos. Porque está todo bien. Porque la Scaloneta se transformó en ese lugar seguro donde está todo bien. Y eso no es normal, acá no. Acá no funciona todo bien. 

Hace ya años que la Argentina vive una época donde lo que más conocemos son los pesares, en la que pareciera que hay que avergonzarse de donde venimos. Crisis económica, crisis alimentaria, crisis habitacional, crisis de esto otro y crisis de no sé qué más. Y la gente resiste, como puede, come mierda y se levanta de nuevo. Pero cómo cuesta, porque “las crisis” hacen mella en lo material pero también en lo espiritual. El orgullo se lesiona, agachamos la cabeza y nos duele el pecho. Y el argentino va igual, y va, y va. Pero cada vez con más heridas, la cabeza más gacha. Vencido, pero va, sin vencerse.

Nos enloquece este deporte, lo sentimos y nos atraviesa hasta lo más profundo. Y entonces nunca “es sólo un partido de fútbol”. Es mucho más que eso. Es una excusa para ser felices en comunidad. De darnos amor con amigxs, familia y hasta con desconocidos. Es la posibilidad de recuperar el orgullo y valorarnos. 

GANAR Y SABER PERDER

En el fútbol se puede perder y se pierde, aunque hace casi cuatro años que parece que esa posibilidad no existe. Antes sí existía, antes siempre perdíamos de la manera más cruel: ilusionados y creyendo que esa vez sí nos iba a tocar ganar. Pero no. Y todo era coherente. Porque “todo tiempo pasado siempre fue mejor” y porque la gloria siempre era la de antaño y ya no más. Porque el héroe, errante éste, era un holograma del verdadero héroe que sí fue. Porque al fin y al cabo no nos daba para más que invitados a la celebración ajena. Porque el reparto ya estaba hecho, y nos tocaba vivir la distópica película melodramática de lo nacional, que se hacía presente en todas las esferas de la vida. 

Y ahora en el fútbol ganamos. Y no es fácil, pero últimamente ganamos tanto que ya tenemos templanza. Estamos tan seguros de nosotros mismos, que a veces no dimensionamos que se puede perder. Sin embargo, como señalaba Scaloni en un clip post Arabia, viral por estos días, hay que acostumbrarse a perder para así poder aprender. Quizás es que perdimos tanto, que ahora ganamos todo junto. Perdimos, aprendimos y ahora ganamos. Pero, tarde o temprano, vamos a volver a perder. Cuando toque, dolerá pero estaremos preparados. Y lo seguiremos intentando, que es lo fundamental. Mientras tanto, todo es algarabía. Disfrutemos. 

UNA PARADA BRAVA EN TODO SENTIDO

La Selección Colombiana venía de 28 partidos invicta, con una racha que se extendió más de dos años. Su última derrota oficial había sido, justamente, contra la albiceleste en las Eliminatorias de Catar 2022. El marcador de esa noche de febrero fue 1-0, con Lautaro “Toro” Martínez como anotador. Casualidades…

Desde aquel entonces, Colombia consolidó un funcionamiento de juego aceitado bajo la dirección técnica del argentino Néstor Lorenzo. En esta Copa América 2024 demostró ser un equipo muy serio, dejando atrás el fantasma de “fútbol sin arcos” que tradicionalmente se les achacaba a los combinados cafeteros. Ello, además, sustentado actualmente en una figura de clase mundial como lo es Luis Díaz y el estandarte que simboliza el histórico James Rodríguez.  

Más allá de lo estrictamente técnico o táctico, Colombia había reunido para esta final argumentos de otra índole para alzarse con el título. Es que en el terreno de la mística, ámbito que a la Scaloneta no le es ajeno, los colombianos tenían todo para que fuera su noche. A varios nos atemorizaba sincerar nuestro diagnóstico en este punto.

Podemos enumerar algunas cuestiones que hemos podido ver en estos días de copa. Por un lado, se los notaba tiempistas para disputar desde el semblante las decisiones arbitrales. A su vez, asistimos a asombrosas muestras de una implacable Fe religiosa, con escenas casi como si de programa televisivo de trasnoche se tratara. También en el banco de suplentes, veíamos a más de un conocido de nuestro fútbol local y no queríamos tomar real conciencia de lo que sabíamos que eran capaces.

Aunque desde lo espiritual, tal vez lo más fuerte era la canción “El ritmo que nos une” (de Ryan Castro y SOG), la cual contó con la participación de algunas figuras de la selección para su videoclip y sirvió como himno en esta campaña hasta la final. No sólo en tierras colombianas se convirtió en un hitazo popular que hizo vibrar al país, sino que su ritmo y melodía cautivaron a todo el continente.

Por último, hubo un hecho polémico para unos, augurio para otros. Hablo del “día cívico”, feriado, que se decretó en Colombia para el lunes 15 de julio, día subsiguiente a la final. Ya que el decreto fue realizado días antes de conocer el resultado del partido, colombianos, argentinos y público en general comenzaron a elucubrar teorías de todo tipo, que sólo podrían explicarse desde la lógica de la “mufa” (y respectivas “anulaciones”, según el caso). Nada que por estos lares desconozcamos.

ARGENTINA TIENE TODA LA BARAJA, CON LA SOLIDARIDAD COMO AMALGAMA

Nuestro equipo tiene en sus filas al mejor. Hace ya un tiempo que el Diez se reconcilió con el indefectible destino que tenía escrito desde el firmamento. El que mejor juega a esto apareció una y otra vez cuando lo hemos necesitado.

Pero hubo un período en que el astro encandilaba al resto. En el pasado, si el ídolo flaqueaba, el conjunto se caía. No había nada que los otros jugadores pudieran hacer. Y de nuevo aparecía la frustración de no-ser. Por eso, tanto nos aterró la imagen del mesías lesionado, llorando, desamparado como un niño. No queríamos verlo, puteábamos a la tele para que nos lo saquen de imagen. Porque se nos vienen muchos recuerdos dolorosos. Pero en este caso había algo más. La templanza de querer ver a los que seguían en la cancha, a partir de la certidumbre y la seguridad de que acá había un equipo que siempre está a la altura. Hoy, “el resto” se hace cargo. Los compañeros asumen la responsabilidad de forma mancomunada, y uno por uno demuestran por qué cotizan varios “palos” para el hipermercantilizado fútbol moderno. Pasó en los penales con Ecuador y pasó de nuevo este domingo en la final.  

Entonces, Argentina tiene al As, sí, pero también todo el resto de las cartas. Porque cuando el As no puede aparecer, son otros recursos los que salen a la luz, cada cual en el momento oportuno. Y eso se logra sólo con el profundo sentido de solidaridad para con el otro que demuestran estos muchachos en cada una de las acciones y facetas del juego. Se confían y se quieren, y a partir de ahí construyen el proyecto colectivo que es este equipo. 

SEMBRAR ALEGRÍA EN EL PUEBLO

“El fútbol es propiedad popular” nos recordaba un siempre incomprendido Loco de por acá, que hoy anda más al oriente, hace poquitos días atrás. Todos tienen, incluso hasta los que nada tienen, la legitimidad de ser felices con Argentina Campeón. Es un oasis que debemos reivindicar, ya que, en un contexto desolador, esta Selección riega de gloria este suelo. 

*Jeremías Fabiano es Licenciado en Geografía por la Universidad de Buenos Aires. Le interesan las dinámicas urbanas, la historia cultural y la apertura de lo científico. Muy esnob para la calle y muy coloquial para la academia. Ecléctico.

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