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¿POR LA PLATA BAILA EL MONO?

Una radiografía del movimiento climático en 2024

por Bruno Sirote*

El movimiento climático, efervescente por naturaleza, se ha paralizado este año en vísperas de uno de los momentos más críticos de las negociaciones de cambio climático: la definición de la Nueva Meta Colectiva y Cuantificable de Financiamiento Climático (NCQG) en la 29° Conferencia de las Partes de cambio climático de Baku, Azerbaiyán (COP29).


Opinión
04 de septiembre, 2024

Algo está sucediendo al interior del movimiento climático a nivel mundial. Una tendencia preocupante y que no había visto nunca en mi carrera en el mundo de la incidencia política internacional.

Durante años, los cánticos de los jóvenes han resonado por los pasillos de las conferencias de Naciones Unidas sobre cambio climático, una miríada de campañas inundan internet cada año en razón del abordaje de los tópicos más importantes del momento, y la incesante coordinación de las organizaciones de la sociedad civil ha generado presiones que tornaron los más irremediables fracasos en éxitos de la política internacional. Hoy, algo se ha roto. 

“la incesante coordinación de las organizaciones de la sociedad civil ha generado presiones que tornaron los más irremediables fracasos en éxitos de la política internacional. Hoy, algo se ha roto” 

A lo largo de las décadas, una demanda insatisfecha ha signado el discurso de las organizaciones de la sociedad civil, y es más bien lógico que así sea: financien a los países en desarrollo. No me adentraré en las razones de este reclamo, fundadas en el derecho de cambio climático, y el caballito de batalla de los países del sur: el principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas y las respectivas capacidades, pero para entender lo que está sucediendo debo hacer un repaso histórico.

En 2009, en Copenhague, las partes de la Convención Marco de Cambio Climático llegaron a un acuerdo: hasta 2020, los países desarrollados movilizarían anualmente 100.000 millones de dólares para financiar la acción climática en los países en desarrollo. En 2015, con la firma del Acuerdo de París, el plazo de ese objetivo de financiamiento se extendió a 2025.

Hoy, llegó el momento de redefinir el objetivo de financiamiento, de escalarlo. los sucesivos diálogos técnicos de expertos sobre financiamiento climático (TEDs) han arrojado la conclusión de que la transición demanda una movilización de recursos que ronde los billones de dólares, y esa es la meta que se quiere alcanzar; este año, en la COP29, se define la Nueva Meta Colectiva y Cuantificable de financiamiento climático (NCQG).

“Hoy, llegó el momento de redefinir el objetivo de financiamiento, de escalarlo. los sucesivos diálogos de expertos sobre financiamiento climático han arrojado la conclusión de que la transición demanda una movilización de recursos que ronde los billones de dólares”

Sin embargo, reunión tras reunión, oigo lo mismo: activistas, funcionarios, legisladores, empresarios, e incluso expertos técnicos califican a la COP29 como un evento irrelevante: “Este año no va a pasar nada”, “vamos a enfocar nuestras energías en la planificación de la COP30”.

¿Por qué profesionales de primer nivel, activistas que han dedicado años de sus vidas a demandar mayor financiamiento para la acción climática, o políticos y empresarios que se beneficiarían directamente de un aumento en los flujos financieros destinados a la acción climática claudicarían en su lucha justo cuando se encuentran en el umbral de la victoria? 

Si bien este no es un asunto transparente, claro está que no es un desinterés casual y he identificado tres factores que explican, al menos en parte, este curioso fenómeno.

Es interesante notar un contraste manifiesto entre la desconcertante inactividad en torno a la COP29 y esa fiebre violenta que recorre a la comunidad climática casi en su totalidad: la COP30 en Belém Do Pará, Brasil.

El primer factor incidente en la falta de interés por la COP29 y el NCQG es el del peso específico: Lula pretende posicionar a Brasil como uno de los grandes actores de la política internacional, inmortalizando su postura en la célebre frase “Brasil ha vuelto”. En el mundo climático, su vuelta fue un terremoto; pasamos de un presidente negacionista comprometido inquebrantablemente con la tala del Amazonas a uno cuya primera determinación en la COP27 de 2022 fue anunciar una Conferencia de las Partes en la Amazonía tan solo dos años más tarde. 

Las señales enviadas por Lula generaron una expectativa pocas veces vista en espacios internacionales, con organizaciones planificando sus acciones para la COP30 dos años antes de que acontezca.

Mientras tanto, Azerbaiyàn, un petroestado inaccesible de bajo peso en la política internacional y que hace menos de un año lanzó un ataque expansionista sobre la vecina Armenia (ni hablemos de la firma de un acuerdo intercambio de rehenes durante la COP28 que aseguró el beneplácito de Armenia para la realización de la COP azerì) nombró como presidente de la COP29 a un ex ejecutivo petrolero, siendo este el segundo petrolero presidiendo la COP en dos años. Las expectativas respecto del éxito de la conferencia son bajas y el hartazgo de la sociedad civil y los estados parte de la CMNUCC, altas.

El segundo factor, aún más significativo que el anterior, es el de la competencia temática: no solo deben el NCQG y la COP29 competir con la COP30 sino con una tormenta de sucesos históricos, ocurrencias geopolíticas, guerras y modificaciones a los regímenes internacionales.

La escalada del conflicto armado en oriente medio, la convulsión en el Sahel y sus vínculos con la guerra en Ucrania, la próxima COP de Biodiversidad en Colombia, que ha cautivado la atención de ambientalistas alrededor del mundo, la crisis y reforma del sistema financiero global, que mueve el foco de la discusión en relación a los fines y la dirección que tomarán los flujos financieros globales, todo acompañado de un clima general de incertidumbre, no hicieron más que enterrar la discusión sobre el financiamiento climático bajo los escombros de la tempestad.

En tercer lugar se encuentra la cuestión del poder. No es casual que la cuestión del financiamiento climático se encuentre cubierta por un manto de silencio. En la arena internacional, las relaciones de poder algunas veces están veladas, pero otras, se manifiestan de forma explícita. Como comenté antes, debido al principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas son los países desarrollados quienes deben financiar a los países en desarrollo por su participación desproporcionada en la causación de la crisis climática, pero hay un problema: nadie está dispuesto a hacer una cosa así. 

Las últimas negociaciones encontraron un bloque de países desarrollados indolente; sin propuestas y casi desinteresado, un bloque de países en desarrollo descoordinado, con quiebres internos y poco ambicioso, y escasas campañas de la sociedad civil por el aumento de la ambición del NCQG. Suena cliché, pero si no estamos discutiendo financiamiento, se debe, al menos en parte, a que quienes manejan las negociaciones, ponen temas en agenda y controlan los fondos que se debaten, están evitando que lo hagamos. 

De cualquier manera, el camino es claro: necesitamos financiamiento ya, y no se va a movilizar solo. O el movimiento climático se pone a bailar, o no habrá plata por qué hacerlo.  


*Bruno es estudiante de Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires. Es coordinador de las áreas de Incidencia Política y Política Internacional de Jóvenes por el Clima y forma parte del Youth Climate Movement (YOUNGO) y la Global Youth Coalition. Es músico y le gusta salir con amigos.

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