¿QUÉ HAY DE NOSOTRXS, LOS OTROS CUERPOS?
A pesar de los avances en materia de derechos, la igualdad sustantiva sigue siendo un espejismo para la comunidad LGBT+. Hoy su realidad se ve empañada por una escalada en los discursos de odio y políticas conservadoras que amenazan con revertir décadas de lucha.
Opinión - Por Tomás Ordoñez
11 de julio, 2024
Corre el año 1984. Panamericana y San Lorenzo, plena zona roja. Las travestis esperan a orillas de la autopista a su próximo cliente. Ellas no eligen estar ahí, pero saben que el cuarto de la pensión no se paga por sí solo. Se retocan el maquillaje, ajustan su corset y charlan para aliviar el tortuoso padecimiento que supone la espera en una noche fría del mes de junio. De pronto, una de ellas alega que los escucha. El pánico inunda el cuerpo de las travestis a medida que las sirenas se oyen más próximas. Saben que les esperan largas semanas en una cárcel de varones. Así entonces, con determinación, se lanzan a correr despavoridas. Algunas logran escapar, otras son detenidas, y aquellas con peor fortuna no logran cruzar la panamericana; sus vidas se esfuman pero su recuerdo queda marcado para siempre en el corazón de sus amigas travestis.
Escenas como estas salen a la luz en el Podcast del archivo de la memoria trans. Narrado por la talentosa y multipremiada escritora Camila Sosa Villada, el documento sonoro relata la historia invisibilizada del colectivo travesti-trans en la Argentina. Al concluir la escucha de los 12 capítulos del podcast, uno quizá cree que lo peor ya pasó, que aquel sufrimiento que parecía imperecedero por fin cesó. Uno se aferra al hecho de que la comunidad LGBT+ posee hoy en día protección jurídica, goza de derechos progresistas y hasta es objeto de políticas de promoción del empleo formal. Sin embargo, nadie mejor que las disidencias para reconocer que la igualdad jurídica no necesariamente supone igualdad sustantiva; más bien esta es, por momentos, una simple fachada que enmascara una opresión todavía candente.
El triple lesbicidio que indignó a la Argentina es muestra de ello. Este macabro episodio que tuvo lugar el Mayo pasado en Barracas no es un simple hecho aislado, sino la expresión más brutal de un permanente estado de violencia en el cual las disidencias se ven inmersas.
Según el Observatorio Nacional de Crímenes de Odio LGBT+ el año pasado se registraron en la Argentina 133 crímenes de odio en donde la orientación sexual, la identidad y/o la expresión de género de las víctimas fueron el pretexto que motivó a los asesinos a realizar su cometido. De contrastarse estos datos con los relevamientos anteriores, se sigue que la cantidad de crímenes de odio va aumentando año a año. A su vez, el Relevamiento Nacional de Condiciones de Vida de la Diversidad Sexual y Genérica arrojó que en 2023 más de un tercio de los integrantes de la comunidad sufrió agresiones en el espacio público.
Frente a los números alarmantes, la inacción del gobierno nacional intranquiliza. La intención del oficialismo de desarticular políticas públicas que en su momento estaban destinadas a paliar las desigualdades estructurales del colectivo estremece al movimiento. Pero lo que más preocupa, y cuyos efectos directos e indirectos se tornan rápidamente visibles, son los discursos de odio, antes atomizados en la sociedad civil, ahora revitalizados y legitimados por el propio gobierno nacional.
“Es importantísimo que aquí estemos unidos, conservadores de todo el mundo, para defender no solamente lo que tenemos, sino para recuperar los valores tradicionales” remató Francisco Sanchez, secretario de culto de la nación al finalizar su discurso en un acto organizado por Vox en España. Previamente el flamante funcionario se ocupó de etiquetar como perversiones al matrimonio igualitario y a las lecciones de educación sexual integral impartidas en las instituciones educativas.
Esta retórica no es novedosa. Aquella se enmarca en un contexto mundial en donde la hostilidad hacia las minorías parece ser el motor de los nuevos regímenes conservadores.
Al respecto, la reconocida profesora de teoría política de la Universidad de California, Wendy Brown, sostiene que los populismos de derecha se alimentan de las heridas de los privilegios perdidos basados en la masculinidad, la blanquitud y el cristianismo. Para la intelectual norteamericana, las propuestas conservadoras se nutren de una ficcionalidad, de un relato de cuento de hadas en donde los pueblos eran antes seguros, pasivos y homogéneos - libres de toda afección que cuestione al status quo heterocispatriarcal. Es así que los populismos de derecha buscan movilizar pasiones - enojos y esperanzas - al prometer devolver la felicidad, que según ellos, el pueblo algún día supo disfrutar. Sin embargo, al pintar de vivos y resplandecientes colores ese paisaje de ficción, invisibilizan el hecho de que la vida de las disidencias siempre estuvo cargada de tintes oscuros.
En la Argentina, esta cosmovisión se respalda desde el gobierno y consecuentemente, los conceptos de libertad y justicia se tornan más restrictivos. Estos ya no se asocian al reconocimiento pleno y respeto hacia las identidades y diferencias de los individuos en sentido sustantivo. Para el gobierno de La Libertad Avanza, los cuerpos trans, las identidades no binarias, los gays y las lesbianas son ciudadanos de segunda. Desde su retórica aquellas identidades, cuya reproducción habría que inocular, se vuelven peligrosamente contagiosas: verdaderas patologías del cuerpo social que perturban a los “argentinos de bien".
Pues entonces, ¿Quién protege a las disidencias frente a los cada vez más comunes crímenes de odio? ¿Quién le garantiza sus derechos más elementales? ¿Quién defiende a la comunidad de la brutalidad callejera? ¿Quién ampara a las disidencias frente a este clima hostil? ¿Quién responde por las vidas arrebatadas por el odio?
Es de imperiosa necesidad, hoy en día, reactualizar las críticas al modo de vida y exclusión social que las voces oficiales le proponen a las minorías sexuales y de género. Pero quizá eso no es suficiente. La gran teórica política Judith Butler llama a ejercer la crítica transversalmente y convoca a todas aquellas personas que se han convertido en las fuerzas demoníacas del neoliberalismo a resistir. La inacción no es alternativa posible. Las fuerzas del cielo no harán nada para remediar la opresión que subsiste en lo terrenal. Sabemos que la heterocisnorma mata; negar sus indisociables consecuencias o no hacer nada para combatirlas, es caer en la mera complicidad.
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