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SYLVIA PLATH HOY: EL ÁRBOL DE LOS HIGOS EN LA ERA DIGITAL

por Tati Vicente

Hoy, las redes nos muestran constantemente todas las vidas que podríamos tener, y una mujer en los sesenta describió la sensación a la perfección.


Opinión - Por Tati Vicente*
02 de octubre de 2024

Una de mis fotos favoritas de mi niñez es una en la que estoy usando un disfraz que buscaba asemejar el uniforme de las porristas de High School Musical -una de las primeras películas que tuve en DVD. Estoy posando con las manos arriba y la cadera para el costado. No tiene la fecha impresa pero supongo que tendría unos 7 años, porque esa fue la última vez que dejé que me corten el flequillo.

Tengo un muy claro recuerdo de lo que sentía al ponerme ese conjunto rojo que no se parecía a nada que hayan usado en las películas. Con unas porras y el pelo suelto, estaba segura de que si por arte de magia aparecía en el set de Disney, iba a pasar completamente desapercibida como una más del elenco. Sin importar el hecho de que yo no hablaba inglés, no sabía cantar y medía un metro diez.

Esa capacidad de soñar en grande la mantengo hasta hoy en día, con ciertas modificaciones. Podría decir que mi disposición maduró de alguna manera: ya no creo que Kenny Ortega -el grandísimo director de la película- me contrataría en el momento. Lo que sí creo es que de proponérmelo, podría trabajar en la industria, escribir un guión, producir una película y caminar la alfombra roja. Una alfombra que bien podría atravesar como autora o como protagonista. También podría estar del otro lado de la valla, con un micrófono y una cámara, lista para hacerle preguntas a las figuras, en representación de un medio exitoso. Las posibilidades son muchas.

Todo este preludio un tanto autorreferencial y ligeramente frívolo me lleva al tema del que quiero hablar en este texto: si hay tanta libertad de pensar en los caminos posibles, ¿cómo sabemos cuál es el correcto? ¿Cómo podemos tomar una decisión sin sentir que eso implique dejar otra vida posible de lado?

Voy a admitir que estas preguntas no son tan mías como quisiera que lo fueran. En su libro “La campana de cristal” -con el que fue una especie de pionera de la autoficción-, Sylvia Plath hace una analogía sobre un árbol de higos, comparando sus ramas y sus frutos con los diversos caminos posibles de la vida. Sus palabras no ayudan a responder las preguntas que hice, pero sí quizás a comprenderlas en su magnitud. No voy a explicar y parafrasear el fragmento cuando puedo agregarlo directamente y dejar que lo lean:

“Vi mi vida extendiendo sus ramas frente a mí como la higuera verde del cuento. De la punta de cada rama, como si de un grueso higo morado se tratara, pendía un maravilloso futuro, señalado y rutilante. Un higo era un marido y un hogar feliz e hijos y otro higo era una famosa poeta, y otro higo era una brillante profesora, y otro higo era Europa y África y Sudamérica y otro higo era Constantino y Sócrates y Atila y un montón de otros amantes con nombres raros y profesionales poco usuales, y otro higo era una campeona de equipo olímpico de atletismo, y más allá y por encima de aquellos higos había muchos más higos que no podía identificar claramente. Me vi a mí misma sentada en la bifurcación de ese árbol de higos, muriéndome de hambre sólo porque no podía decidir cuál de los higos escoger. Quería todos y cada uno de ellos, pero elegir uno significaba perder el resto, y, mientras yo estaba allí sentada, incapaz de decidirme, los higos empezaron a arrugarse y a tornarse negros y, uno por uno, cayeron al suelo, a mis pies.”   

Sylvia logró plasmar, en dos simples párrafos y de una manera hermosamente gráfica, lo que para mí es uno de los mayores dilemas del ser humano. Es curioso saber que estas palabras fueron escritas a mediados del siglo pasado, en un mundo bastante distinto al nuestro. Hoy, en la era de la tecnología y las redes sociales, ese árbol de higos crece cada vez más, sus frutos indomables. Sin embargo, eso no significa que sea más fácil elegir uno por sobre otros. 

"Es curioso saber que estas palabras fueron escritas a mediados del siglo pasado, en un mundo bastante distinto al nuestro. Hoy, en la era de la tecnología y las redes sociales, ese árbol de higos crece cada vez más, sus frutos indomables."

Voy a volver a la nena con el disfraz de High School Musical un segundo. Tiene sentido que ella haya querido estar en la secundaria en Estados Unidos, hacer un musical y enamorarse de un chico lindo, porque eso le mostraban los productos culturales que ella consumía. Hoy en día ya no se puede querer una sola cosa. La oferta es tanta que el consumo nunca es suficiente, e inevitablemente siempre encontramos cosas nuevas o, al menos, diferentes.

Hice la prueba de scrollear en TikTok por diez minutos y registrar cuántos videos me daban ganas de vivir algo similar a lo que mostraban. Una chica contaba cómo es viajar sola a Nueva York. Otra grababa su día atendiendo el café que ella misma abrió. Una tercera protagonizó un video sobre su trabajo en una editorial de libros. La siguiente hablaba entusiasmada promocionando su podcast. Una artista comparte el backstage de un musical en el West End. Una autora best seller sube un timelapse sentada en su escritorio, trabajando en su próxima novela.

¿No son cualquiera de esas vidas tentadoras por igual? ¿No las probarían todas, si tuvieran la oportunidad? Entiendo que es una selección de ejemplos muy subjetiva. Pero pueden proponerse el mismo ejercicio, y creo que estarían de acuerdo conmigo.

Entonces pienso: si una escritora nacida en 1932 veía un panorama tan complejo, ¿que nos queda a las personas del nuevo siglo? Si para la autora resultaba tan difícil elegir un camino que se vió obligada a darse por vencida y dejar morir todos esos frutos, ¿no estamos en problemas hoy, con la interminable oferta de posibilidades existentes? ¿Cuando todos los productos mediáticos y culturales nos están mostrando a donde ir, que aprender, que comprar y que querer constantemente?

Es muy difícil elegir una “vida por vivir”, sin sentir que podríamos estar viviendo otra. Cientos de vidas nos acechan y algunos frutos siempre van a terminar por pudrirse. Pero en mi opinión el escenario no es tan catastrófico. Solo el hecho de poder ver esas ramas abriéndose y dando frutos debería alimentar nuestras ambiciones, no someterlas como le sucede a la protagonista del relato.

Hace un tiempo se viralizó este pasaje, y chicas del mundo compartían sus árboles de higos, adjudicando a cada fruto una profesión o un sueño por cumplir como en la imagen. Y sin ir más lejos, de eso trata: de tomar los medios y usarlos a nuestro favor. De no ser por ellos, nuestros árboles serían mucho más pequeños. Y eso para mi sería una tragedia.

Tati en realidad se llama Iara y odia cuando confunden la i mayúscula con una L minúscula y le inventan un tercer nombre. También estudia Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Sociales de la UBA, actúa y escribe, en orden indiscriminado. Se hace la cinéfila pero dentro de sus cuatro favoritos de Letterboxd están Ralph el demoledor y Mrs Doubtfire.

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